lunes, 31 de octubre de 2011

De la muerte y otros enigmas.



Y la muerte
se acurruca y murmura:
Soy dueña del dolor.
Soy metáfora del lirio
y también de la espina
donde pierde la rosa su inocencia.
Atado llevo el mundo
a mi eterna venganza.
Tejo escombros y descansos.
Hasta que Dios me indulte
cualquier mediodía de soles verticales
cualquier medianoche sin luna ni abrigo
en esta tierra de nadie y de todos,
de tantos sentimientos explotados
y tantos cuerpos ignorados.
Donde no existen la miel ni los trigales.
Solo la tormenta que azota mis guaridas,
maldiciéndome.




II     
         
Daga premonitoria, clava los silencios. 
Resisto el adiós. 
Él, habla de Dios y de la muerte,
la siente atisbando.
Yo no quiero ni tengo nada que darle,
ni café, ni un paraguas.
Pero ella ronda, e insiste.
Yo solo tengo una liana roja con borde amarillo
y una cruz para atarla.

III

Y él, míralo,exultándola en este estar y esperar,
concibe el término del sueño, y 
atisba las disparatadas luciérnagas desadormecer
el punto culminante de su tema,
siempre en duermevela
esperando el término o el inicio de un suceso.




Yo. En desventaja.
Acosada.
En pie de guerra, blandiendo mis poemas.
Haciendo y deshaciendo retablos de emociones
fragmentadas.

IV

¿Dónde dejaste mis expiadas vivencias?
¿Acaso subastaste el ámbar de mi luna?
¿Para qué columpiar la cíclica turbación de la memoria?.
¿Por qué en ese instante se establecen y flamean en mí,
gritos nocturnos?
Cuando se tumba el día directo,
sin preguntas,
¡cómo un Dios encadenado y sin respuesta!


Mírame:
de pie ante ti, Señor.
Desnuda el alma
te entrego mi dolor atormentado.
Porque en este esperar cercado de misterios,
bajo el luminoso amatista, la tarde enciende
nardos y jazmines,
enfrentándonos,
atando los latidos a un sol fugitivo e invariable.
Miro el azul, cada vez menos azul.
Sincero el amor y la palabra.
Porque todo y nada es para siempre
y en la bruma otoñal,
mi estrella una lágrima suspende.


V

¿Dónde sueñan sin dormirse tantas lejanías?
¿En qué lúbrico margen bosteza el alba
y trémolas alas fulguran en los pétalos del nardo?
Siento su cuerpo estremecido.
Su cuerpo curvado se afana y se desboca
enamorándome hasta el último sentido.
Su beso
se adueña de mi piel, como enunciada elegía
con olor a hierbabuena y vino tinto.
¿Para que entrar en laberintos de preguntas?.
"El laberinto no existe. El laberinto es uno")



Y la muerte, 
llegará a amasijar la porfía,
en esta soledad abierta
hacia un Cristo arqueado
en la expresión sublime de su tránsito.
    Que sea tu voluntad y no la nuestra.
                   ¡Padre Nuestro
                   que estás en los cielos!



1 comentario:

  1. El hombre, la muerte y el yo lírico, en conversación...¡Excelente Elli! Razón tenía Don Isaac Felipe en valorar esta poesía.
    Un abrazo enorme, amiga.

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